miércoles, 10 de abril de 2013

Esquizofrenia


Prohibidas las llamadas, canceladas las palabras, coqueteos de miradas y en la parada encuentro una mujer agotada.
Enciendo un cigarro, no la dejaba de observar, ella se percata de mi interés, y se dirige hacia mí, sonríe, me pide un cigarro; empezamos a coquetear, minutos antes me fijaba solo en su mirada, me atrapó de una forma foránea, pero empiezo a descubrir sus hermosos atributos, sus labios me hipnotizaban cuando vocalizaba, mientras sus labios carnosos, se agitaban  los imaginaba húmedos en mis pezones.
La conversación se tornaba más interesante, algo envolvente nos iba atrapando cada vez más.


Me contaba que bailaba danza contemporánea; hablamos sin parar, como por media hora.
Nos gustamos tanto; me invitó un café cerca de la parada, pensé que sería ideal una dosis de cafeína, pensé que sería ideal una sobredosis de aquella mujercilla.
Llegamos al café, y optamos por vino, nos desinhibimos, pedimos unas copas, fumamos, ella saco una papeleta de cocaína, aspiro su todo, su nada, volvió a sugerir otra copa, la acepte.


Sonaba un blues de Menphis Slim, lo cantamos, la amé. Sentí la necesidad de besarle, quería acariciarla.
Nos miramos fijamente, se fue acercando lentamente, no sé qué sentía, nervios, ansiedad.
Solo quería introducir mi lengua en su boca húmeda, pasar mis dedos por sus piernas largas.
Era delgada y pecosa, sus senos redondos hacían desear que los escalara.
Nos dimos un beso de flor, de muertos y alcohol.
El mesero se acercó diciendo, ¡ya vamos a cerrar!
Miré mi alrededor y me di cuenta que estaba completamente sola.
La semana siguiente, apareció de nuevo.