viernes, 25 de mayo de 2012

Escupitajos en el restaurante.


Domingo en la mañana, me despierto medio atontada queriendo fundirme en las cobijas; suena la canción de la alarma, big city nights.

El restaurante es habitado por muebles del siglo pasado, las copas están llenas y yo no se de que lado van los cubiertos. 

Todo el mundo empieza  acomodar los preparativos para el domingo de la madre. Ese día me siento consternada, como si no me hubiera levantado nunca de mi cama, como si estuviera durmiendo aun, en un sueño.


Llega el  medio día, la gente empieza a llenar las reservas, mi primera mesa son un par de señores, una mujer delgada, y por lo visto con la menopausia y un señor gordo, asqueroso, con lentes como de cincuenta mil de aumento, casi que me pierdo en sus gafas, están acompañados de una anciana horrendamente desagradable con sonrisa mueca.


Les doy la bienvenida un tanto hipócrita, hacen su pedido, un lomo viche en salsa de lulo,  café y  un pollo a la parmesana; voy a la cocina,  el Chef dice, se demora cuarenta minutos. Eso me da tiempo de seguir poniendo los malditos globos rojos.


No hablo en toda la tarde con nadie, sólo existen las personas que llegan  almorzar.

¡sale el primer almuerzo! llevo el pedido a los tres cerdos de la primera mesa, sirvo por la derecha, ¡me parece una mierda! me imagino por un segundo, tirarles el almuerzo en las caras,  pero  me sonrío  como una maldita loca y les digo buen provecho, me retiro y la vieja puta menopaúsica me dice que le faltó el acompañante, voy directamente donde el Chef y le digo, él me mira mal, como coqueteándome, dentro  de mí digo ¡gas! me da el maldito acompañante, un puré de papá con una salsa amarilla, voy directamente a llevarlo, llegando a la mesa me devuelvo  y lo escupo, faltaba el toque final, y así empieza mi sabotaje aquel día de las madres.


Seguí sintiendo la misma sensación  como si estuviera aún en mi cama, pasé media tarde haciendo lo mismo del escupitajo; me reía mucho ver a la gente comiendo su lomo viche ensangrentado, con el escupitajo ahí.


Ya pasaban las horas y yo sólo escuchaba el piano que sonaba en el salón principal, serví, llevé, entregué, regué, solté, chorrié, escupí; me tomé todos los sobrados de los whiskey en la barra, o servía tragos y los anotaba a las mesas que más pedían tragos. 


Eran como las cinco de la tarde, entré al cuarto de la bodega, busqué las cucharas que me mandaron a traer, yo me tenía que encargar de lavarlas. Y dije !claro yo lo hago¡. Me coloque   los guantes y las metí en el sanitario, después las dejé en su sitio de nuevo.

Salgo, veo las caras de las personas que comen y veo fantasmas, en ese momento pienso que necesitan más que escupitajos, necesitan algo real.

Vuelvo a la bodega y busco unas servilletas, atrás veo un envase de cianuro, me digo, ¿qué demonios? Mínimo es utilizado por el dueño del restaurante en su taller de joyería, el cianuro lo utilizan para la recuperación de oro. 

En ese momento desperté de aquel sueño retardado  en el que me encontraba, compuse ideas extraordinarias en mi mente, descargué aquel odio y amor que sentía por aquellos zoquetes que se encontraban ahí divagando; brilló mi mente más que el fuego que emanaba aquella estufa con sus calamares incendiados, mi día siguió de otra forma, ya entendía las revelaciones que se presentaban ante mi, soy dios y demonio un abraxas, tomé el envase y lo metí en mi delantal. 

Pensé por más de media hora en lo que debería  hacer con dicho químico; empecé a jugar a la suerte.  Comencé con los tragos fuertes, en la barra, antes de llevar los vasos echaba una  gota por cada vaso, cogí la botella de whiskey y la llevé a la mesa, serví los primeros tragos... Me llamaron para recoger los platos de otra mesa que ya habían terminado, de vez en cuando intercambiaba miradas con el mesero, él me miraba como vigilando cada uno de mis pasos, me sentía observada; pero no tenía de que preocuparme, supuse que simplemente me miraba por que le atraía, como a muchos imbéciles. 


Hice caso omiso , y seguí con mi experimento que desafiaba al azar, de un momento a otro se lleno como fila de judíos para poder comer, atendí  muchas mesas, llegó mucha gente, no tuve tiempo de ir a mirar a los de los whiskey, me imaginaba que sí ya lo habían  tomado, estarían como par de cerdos tirados encima de la mesa, me acerqué para mirar, y estaban ahí, tendidos cagados de la risa ¡no sé por qué! maldije mil veces y me pregunté ¿qué hice mal?, ¿será que me pillaron? ¡malditos cabrones!,  seguí como si nada, no podía mostrarme inquieta, recogí mas platos de mil coños y  me comporté como si nada. 


Mi cinismo apestaba, a la vez me sentía orgullosa, pero no dejaba de pensar en los malditos que estaban el la mesa todavía hablando. Como a las 9 de la noche después de tanto trajín miré a mi alrededor y las personas que quedaron estaban como las del principio del día, como fantasmas. Tomé whiskeys desechados , uno tras otro, seguí observando a la muchedumbre y cada vez estaban más deshabitados, y yo más trastornada, y caí. Sentí un vacío profundo, caí, caí en el deseo de mis intenciones, en lo mas bajo de mis emociones, vibre en el dédalo exquisito del que alguna vez huí, morí.