martes, 24 de septiembre de 2013

Ofrecimiento.

Os ofrezco,  mi querido cura, para siempre,  el amor que os tengo con mi hijo, el espíritu el santo. Os ofrezco, adorables sonrisas, y una inquietante caricia que sé que a usted le perturba,  y hace que tenga esas cortas  y encantadoras eyaculaciones;  el amor, las complacencias, la felicidad y todas las delicias de que gozáis y gozaréis eternamente en la contemplación de vuestras infinitas imperfecciones. 
¡Divino!, ¡maldito!, rogad a  tu cordura, como lo hicisteis la víspera de vuestra pasión, que me una a vos, como vos le estáis unido al cielo y al infierno, donde espero que con un acto sublime, juntes  un día, la unión de mi corazón con el vuestro por toda una eternidad.  


martes, 10 de septiembre de 2013

En el confesionario


Querido cura, amado mío, admití mis pecados y herejías hoy. Contando con tan solo trece años no he podido declarármele. Temo decirle en su cara lo que causa en mi interior, y la emoción que me produce esperar casi una semana para poder verle. Evito a toda costa que mi padre vaya conmigo al confesionario.  Al llegar a la iglesia las ansias y nervios invaden todo mi cuerpo, mi mente, y me vuelvo un caos.

Usted logra desquiciarme de  una forma sorprendente, al acostarme, no puedo  soportar la idea de dormir, y dejar de pensarle,  entonces, se dibuja su rostro y aquella mirada en mi memoria. Esos ojos negros  me acompañan y lentamente desaparecen con el mar mismo.

Mis senos están creciendo, ¡y cómo me encantaría que fuesen besados por ti!, con un Ave maría, que vayas descubriendo todo mi cuerpo,  y así lentamente,  que roces tu barba por mis brazos, abdomen,  hasta hacerme estallar del hormigueo.

La vez pasada soñé que me atrapabas en el confesionario, Con un beso  me envolvías, hasta desposeernos de nuestras  vestiduras, de tu sotana, sentí  tanto calor en mi flor, y más al descubrir  tu miembro húmedo  que rosaba y palpitaba en mi pequeña cueva.

Al darte cuenta  de mis travesuras me pegabas unas cuantas palmadas,  que dejaron como accidente. Agitaciones, y contracciones en mi pelvis,  y estas  pequeñas manos no evitaron introducirse allá, donde me gustaría que estuvieran las tuyas, y declamar una letanía para tal acto:
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Rosa mística, Torre de David, 
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la Alianza,
Puerta del cielo, y del infierno.
Dios, Padre celestial, acompáñanos en esta ceremonia  maldita, bendita. 

Introdúcelo lentamente, 
hasta que me sacies, hasta que te sacies. 

Al entrar en la iglesia, mis pasos me acercan a ti, acompañados de santos, ángeles,  que no hicieron otra cosa más que observar  y musitar sigilosamente cada uno de mis pensamientos,  cada movimiento convertido en un revoltijo  de emociones,  que no soportan la incertidumbre, y esperar esa palabra, o gesto de respuesta.

Mi cura, mi ensueño,   guardas no solo secretos y confesiones, en ti se alberga un misterio, te delatas al observarme,  mirada tuya inquisidora, inquietante, que conquista  y desconcierta.

La valentía abandonándome pone en duda si entrar, o no.  Me gustaría salir corriendo y esconderme, como el año pasado cuando besé a un niño  por primera vez.
Pero decido entrar,  un impulso se apodera  de mi organismo, mi psique.

Al  introducirme  en ese pequeño cajón me recibe otro eclesiástico.
Siento un alivio inmenso, pero mi corazón es hecho pedazos.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Perdida no solo en el tiempo, sino en un espacio que no le pertenece.


Desasosiego.

Vacío, profunda melancolía que la existencia no da abasto.
Solo un inmenso desconsuelo padece mi alma, que aborda posibilidades, oscuras, lúgubres, maléficas, y  a veces ligeras;  Enigmáticas como esas retinas apagadas que posee un difunto.
Es la perturbación que se  apodera lentamente,  y como en un principio no encuentra salidas. Centelleos esquizofrénicos  que se encuentran con fantasmas ya olvidados.