“Es domingo de misa, un día
en el que me levantan mis padres felices porque iremos todos unidos a la
iglesia.”
Yo, nerviosa y feliz me despierto, pensando que hoy te veré, por los menos, recibiré de tus manos, de tus dedos, esa moneda blanca que se me pega al paladar.
Cuando llegamos, toda la iglesia ya está llena y no encontramos casi asientos, a mis padres les ceden unos puestos, y yo corro para hacerme adelante y contemplar esos hermosos labios, tus labios.
Toda esta ceremonia se hace eterna, y yo deliro mientras nombras todas esas oraciones, a las que no les doy atención.
No sé si me delato con cada sonrisa estúpida que te echo, pero tu respondes sonrojándote, cautivado, la verdad no me atrevo afirmar si te gusta o te da risa de esta capulla insolente enamorada de ti.
Al llegar la hora de la eucaristía, trato de hacerme en la parte de atrás.
Yo, nerviosa y feliz me despierto, pensando que hoy te veré, por los menos, recibiré de tus manos, de tus dedos, esa moneda blanca que se me pega al paladar.
Cuando llegamos, toda la iglesia ya está llena y no encontramos casi asientos, a mis padres les ceden unos puestos, y yo corro para hacerme adelante y contemplar esos hermosos labios, tus labios.
Toda esta ceremonia se hace eterna, y yo deliro mientras nombras todas esas oraciones, a las que no les doy atención.
No sé si me delato con cada sonrisa estúpida que te echo, pero tu respondes sonrojándote, cautivado, la verdad no me atrevo afirmar si te gusta o te da risa de esta capulla insolente enamorada de ti.
Al llegar la hora de la eucaristía, trato de hacerme en la parte de atrás.
La fila avanza lo más lento
posible que puedan imaginar y siempre trato de asegurarme en ser la última.
Esto para que las demás
personas no sospechen lo que tú amado cura mío, me haces sentir, cuando llego a
ti, a tus manos, siento esos dedos pequeños, que primero rozan suavemente mis
labios y abriéndolos lentamente, introduces ese pedazo de harina.
Yo atrapándote en mi boca te
succiono los dedos y aferrándote más a mí, te doy un mordisco de despedida.
A veces pienso si en
realidad crees en todo lo que predicas, y en ese dios absurdo del que hablas,
no sé por qué logro sospechar que en aquel ritual te pitorreas de toda esa gente loca que va a la casa del “Señor”
Lo peor no es eso, es
observar cómo se creen toda esa mierda, además de sentir una intersección falsa.
Y concebir que sus porquerías de vidas obtuvieron un cambio.
Sintiéndome patética, entro
a ese templo que aborrezco; solo por una fuerza que me mueve hacerlo. ¡Tú.!
Odio a ese Dios, tú Dios, y más
aquella religión maldita que todo lo prohíbe, solo deseo cumplir por lo menos
14 años y algún día escapar contigo.