martes, 27 de agosto de 2013

Tú, blasfemia idílica



Estúpida sensualidad tuya
 que me adormece simplemente al pensarte.



Amontonada con cadáveres que ríen, se encuentra con él, que está ávido por mostrar sus cortejos, pero apenas la mira, siente como sus piernas tiemblan y no duda en bajar lentamente  su mirada, que al compás de sus pasos desaparece lentamente, por aquella calle solitaria. 

lunes, 26 de agosto de 2013

Ausencia



Soledad que conmigo siempre estas, no me dejes a solas con los demás, caminemos bajo el sol truculento, que quema nuestros cuerpos, un cuerpo sin cuerpo. 
Abalancémonos con la ráfaga de ruido y multitudes que se unen solo para que nos abandonemos un poco.
Que las miradas escudriñen los pesares ausentes de sonrisas muertas, que se pierden con el ocaso mismo del Valle del Cauca.

Hoy los tiernos corazones envejecen con el afán de nuestro tiempo
y  las luces se pierden con tus ojos negros, encendiendo un llamado a lo desconocido.

Confesiones a un cura.


En la iglesia un cura confiesa pecados maravillosamente

desastrosos,  queriendo abordar aquella chica hermosa que lo deja perplejo por aquellas culpas que en su alma habitan. Aborda personas, amores, besos borrachos, y un sin número de posibilidades.
Palpa más que el roce de sus dedos apenas tocándose.  

jueves, 22 de agosto de 2013

Carlos me ha salvado del suicidio.



Me encontraba en mi cama alucinando como siempre,  mi hermano me convida a un porro, lo pienso, pero me decido a fumar y hablar con él.
Fumo y siento el hipotálamo activado, me desespero cuando escucho el motor de la motocicleta de mi padre, salgo huyendo de mi casa desesperada, sin rumbo. Pienso en las voces que me persiguen sin descanso alguno, no he dormido por cuatro meses.
No abordo un bus, pues me imagino la traba tan hija de puta  y me espanta la idea,  me subo en un taxi, y desde el sur,  recorre  media ciudad  hasta dejarme en la Loma de la Cruz.
Camino por las calles pavimentadas y repugnantes de esta ciudad que amo y odio al mismo tiempo, busco  algo que me embriague, cruzo la quinta, llegando al Intercontinental rastreo la muerte, no la encuentro. Camino por el oeste de esta ciudad, en la Tertulia, me detengo y fumo una cajetilla entera de cigarrillos, queriéndome arrancar la cabeza.
Compro  media de Brandy y lloro desquiciadamente, grito, hablo conmigo misma, la gente me mira, sigo caminando, pienso en cómo acabar con esta vesania incesante, pienso y pienso, me digo:  ¡que cobarde, no puedo hallar la forma correcta!
Pienso en mis padres, mi mamá, me habla, llora y dice que no lo haga, ¡cada vez me confundo más!
La gente me mira, y escucho sus murmullos, ¿o soy yo?,  me siento en el limbo,  más allá que acá, sin fe alguna. Como una loca maldita.
¡No sé qué hacer!
Se me ocurre llamar a un amigo, a  Carlos,  Yo pienso que seguramente no está, contesta la mamá, y lo pasa inmediatamente, Lo saludo diciéndole que lo necesito urgente, que nos veamos, él dice  que cae de una, yo desesperada, y esperándolo,  entro a una tienda de peces, donde me quedo bastante tiempo observándolos, hasta que la dueña de la tienda, me dice que tiene que cerrar y me echa.
Salgo y esperando que no me saquen, entró a la panadería Quinta con Quinta, donde la media de brandy me despeja un poco, tomo unos cuantos tragos, esperando a Carlos y medito sobre mi vida,  llego a la conclusión que no quisiera más este tormento que estoy viviendo,  Carlos llega,  nos encontramos en Comfenalco,  hablamos, me tranquiliza.
Nos embriagamos, caminamos bajo la lluvia, yo le cuento lo sucedido y él no hace otra cosa más que reírse, ocultando su preocupación; caminamos varias cuadras, pasamos por la Gruta, nuestra parada es en la Feria del Libro en el CAM,
donde nos detenemos como niños para ojear libros y revistas.

Después de una larga caminata  y un día agotador,  decidimos irnos,  él compra una revista de Monet o Gauguin, no me acuerdo, mi memoria falla últimamente.
Abordamos  el bus, nos hacemos en los últimos asientos, hablamos, nos reímos
Me acompaña a mi casa, llego y encuentro la misma atmósfera,
me doy cuenta que he muerto.

miércoles, 14 de agosto de 2013

La historia del gato Iris



Doña Tulia es una señora de setenta años, cabello blanco como la nieve y con unas lindas mejillas rosadas, lozanas, aunque caídas, como sus pechos.
Vive en un tercer piso, justo al frente de donde yo vivo, en su casa habitan relojes, muchos cuadros y siete gatos.
Todos los días se levanta temprano a cantar con los pájaros del tejado de al lado. Iris, el gato menor de  siete hermanos gatunos, al escuchar sus pasos, empieza a revolcarse en la casa, en sus pies, pidiendo caricias, leche y comida.

Doña Tulia no tiene hijos, ni amigos, solo sus gatos y sus cachivaches.
Mantiene sola, limpiando y cuidando sus mininos, además de bailar unos cuantos boleros con el gato Tresillo.
Tresillo es el gato mayor y el más dormilón.
Iris sale todos los días pasando por mi ventana, pavoneando su peluda cola, mientras gira sigilosamente para acariciarse en las rejas, cuando la descubro mis hermanos y yo corremos  pero no la alcanzamos, ella sale como loca al escuchar que abren su nevera, y corre  a cazar una arveja.

Doña Tulia atareada y risueña se dirige a sacarla inmediatamente de la nevera, a veces la deja un minuto, para que cace las gotas que caen del congelador, y cace una que otra habichuela.
Hace dos semanas no sé nada de Iris y tampoco he visto a doña Tulia, sus gatos parecen de fiesta, pasan y juegan en todos los tejados, de noche, de día, cazan pájaros, lagartijas y uno que otro ratón.

Justamente fui a la tienda por los huevos del desayuno y escuché a dos señoras, las más chismosas del barrio, diciendo que la señora Tulia estaba en el hospital, con mangueras en su cuerpo, muy magullada.

Yo cabizbajo me dirigí a mi casa, pensando en la señora Tulia, no sé porque sentí  tanta tristeza.
Al llegar a mi casa, mi madre me sirvió una porción de pastel de fresa, con un vaso de leche y jugué  toda la tarde.

Pasaron y pasaron los días, me enviaron de vacaciones  donde mi tía Cleotilde, comí, jugué, salté y hasta una rodilla me raspé. Las vacaciones cada vez se hacían más cortas, yo mientras tanto pensaba, ¡lo primero que haré al llegar, será ver ronronear a Iris en la ventana, mientras se revuelca para que la acaricie!.
Sonreí al imaginarme la blancura de su pelaje y su letra en la frente. Pensé, yo le hubiera puesto de nombre Mane un ser fantástico.

Un lunes en la mañana llegué, cansado, con mucho sueño, me enviaron a comprar la leche, al salir vi a doña Tulia, más vieja,  débil y noté una extraña tristeza que la abatía.
Nos vimos fijamente, ella tenía una hechizada mirada, la dejé de observar y  me echó una sonrisa.
Todos los días en la mañana esperaba a Iris en mi ventana, pero no la volví a ver, Doña Tulia pegó avisos en los postes, preguntó, y hasta recompensa ofreció para recibir cualquier información de su gato Iris.

Al pasar los días, doña Tulia, más vieja, más fea. Empezó adquirir un aspecto lívido, lechoso.
Me imaginaba a Iris paseando por todos los tejados de la ciudad, Confieso que no me importaba la desdicha de doña Tulia, por el contrario, disfrutaba imaginando ser un gato, para recorrer el mundo como lo estaba haciendo Iris.
Doña Tulia, no volvió a cocinar y un día hablando con mi madre, le propuso que le hiciera el almuerzo,  mi madre amablemente accedió sin ningún interés.

Yo era el encargado de llevar todos los días a las doce en punto el almuerzo de doña Tulia. Los primeros días Doña Tulia, no me dejaba pasar más allá de su puerta, Apenas volteaba, yo  escudriñaba  muy curioso cada rincón de su casa, o por lo menos, lo que alcanzaba a ver, mientras ella vaciaba su comida y me devolvía los recipientes.

Ya habían pasado casi dos meses desde que Iris estaba paseando, y realmente la extrañaba, añoraba todos los días verla en la mañana ronronear en mi ventana.
Al llevarle el almuerzo a doña Tulia, empecé a notar un cambio repentino, ella estaba más amable de lo habitual, y me brindaba helado todos los días, helado que hacía en sus ratos libres.
Eso sí, aun  no me dejaba pasar a su casa.
Sus gatos estaban algo flacuchentos y pulgosos, además de no estar todos, me preguntaba  ¿se habrán ido a pasear los demás?
Tampoco bailaba con su gato Tresillo los boleros, que desde mi casa se escuchaban todos los días; yo pensaba en el fondo, que estaba muy anciana y no podía hacerse cargo de tantos mininos, sentí pena y pensé de nuevo en Iris.

Un día lluvioso y con alarma de tormenta, mi madre me envío a su casa como todos los días a llevarle su almuerzo, al llegar doña Tulia contenta, feliz, me dijo: ¡hace mucho que no llovía, siempre hace falta un poco de agua!
Yo sonreí.
Al recibirme el almuerzo, se dirigió a la cocina, donde escuché un  grito y el estallido de los recipientes, corrí inmediatamente a socorrerla y !vaya sorpresa!, su pierna roja como un tomate e hinchada como un pavo,  me causó conmoción, ella  llorando y gimiendo, casi inconsciente, quedó tendida.
Se me ocurrió ponerle hielo en su pierna, mientras pedía auxilio.
Corrí directamente a la nevera, observé en ese milésimo de segundo, el espacio, cada rincón, cada reloj y sus cuadros curiosos.

Pensé, ¡ojalá halle hielo!. Abrí la nevera, ¡y qué podrido estaba todo!
Los tomates con un moho de cuatro pisos, las papas negras como la noche misma,  las habichuelas flacas como mi prima Mariana, y las cebollas, descebolladas.  

Quise abrir el congelador  pero no alcanzaba, agarré una butaca y me paré encima para alcanzar la manija, atascada, como atrancada, halaba y halaba, pero no abría. Hice tanta fuerza  que caí, y encima de mí un par de carnes congeladas.
Al reponerme del topetazo, me levanté para  agarrarlos y meterlos de nuevo en el congelador,al  sujetarlos  cayendo del susto vi que eran gatos, atónito, aterrado y estupefacto, quedé perplejo al darme cuenta que era Iris, y otro de sus siete gatos. Lloré y lloré porque no estaban de paseo, si no congelados.

Doña Tulia muy parada en su pierna chueca, me tocó el hombro, y dijo, que lo de Iris había sido un accidente, enterándose al mes que estaba era en su nevera, y no perdido como lo imaginaba.
Pero que el otro gato había sido a propósito su congelada. Abrí mis ojos sorprendido ante dicha confesión, imaginándome, que el próximo congelado iba a ser yo. Lloré sin emitir sonido alguno y empecé a recordar el comportamiento extraño de doña Tulia.

Gritando, sentí un golpe repentino en la cabeza, al abrir los ojos observé que caía de la cama, simultáneamente también caía un chorro de orín, sentí un alivio, me levante aterrado al darme cuenta que había sido una pesadilla.

Mi madre preocupada me miraba y diciendo, ¡tesoro, ya pasó! Te caíste desmayado al intentar coger unos hielos para socorrer a Doña Tulia, ella te trajo cojeando, diciendo que eras un niño muy noble y que todo el mes estabas invitado a comer helado,  ¡de tu preferido!, dijo.

Yo vomité y tendido en la cama por un mes desplomado, dándome cuenta que me estaba comiendo a Iris en helado.
Doña Tulia adquirió tres gatos bebés esta semana, yo procuro no verla a la cara, sus ojos alumbran en la ventana  por la noche, con la luz de Luna.

Iris pasa en mis sueños fugazmente, y la recuerdo ronroneando y revolcándose en mi ventana.