Doña Tulia es una señora
de setenta años, cabello blanco como la nieve y con unas lindas mejillas
rosadas, lozanas, aunque caídas, como sus pechos.
Vive en un tercer piso,
justo al frente de donde yo vivo, en su casa habitan relojes, muchos cuadros y
siete gatos.
Todos los días se levanta
temprano a cantar con los pájaros del tejado de al lado. Iris, el gato menor de
siete hermanos gatunos, al escuchar sus pasos, empieza a revolcarse en la
casa, en sus pies, pidiendo caricias, leche y comida.
Doña Tulia no tiene hijos,
ni amigos, solo sus gatos y sus cachivaches.
Mantiene sola, limpiando y
cuidando sus mininos, además de bailar unos cuantos boleros con el gato
Tresillo.
Tresillo es el gato mayor
y el más dormilón.
Iris sale todos los días
pasando por mi ventana, pavoneando su peluda cola, mientras gira sigilosamente para
acariciarse en las rejas, cuando la descubro mis hermanos y yo corremos pero no la alcanzamos, ella sale como loca al
escuchar que abren su nevera, y corre a cazar una arveja.
Doña Tulia atareada y risueña se dirige a sacarla inmediatamente de la nevera, a veces la deja un minuto, para que cace las gotas que caen del congelador, y cace una que otra habichuela.
Hace dos semanas no sé
nada de Iris y tampoco he visto a doña Tulia, sus gatos parecen de fiesta,
pasan y juegan en todos los tejados, de noche, de día, cazan pájaros,
lagartijas y uno que otro ratón.
Justamente fui a la tienda
por los huevos del desayuno y escuché a dos señoras, las más chismosas del
barrio, diciendo que la señora Tulia estaba en el hospital, con mangueras en su
cuerpo, muy magullada.
Yo cabizbajo me dirigí a
mi casa, pensando en la señora Tulia, no sé porque sentí tanta tristeza.
Al llegar a mi casa, mi
madre me sirvió una porción de pastel de fresa, con un vaso de leche y jugué
toda la tarde.
Pasaron y pasaron los días, me enviaron de vacaciones donde mi tía Cleotilde, comí, jugué, salté y hasta una rodilla me raspé. Las vacaciones cada vez se hacían más cortas, yo mientras tanto pensaba, ¡lo primero que haré al llegar, será ver ronronear a Iris en la ventana, mientras se revuelca para que la acaricie!.
Sonreí al imaginarme la
blancura de su pelaje y su letra en la frente. Pensé, yo le hubiera puesto de nombre
Mane un ser fantástico.
Un lunes en la mañana llegué, cansado, con mucho sueño, me enviaron a comprar la leche, al salir vi a doña Tulia, más vieja, débil y noté una extraña tristeza que la abatía.
Nos vimos fijamente, ella
tenía una hechizada mirada, la dejé de observar y me echó una sonrisa.
Todos los días en la
mañana esperaba a Iris en mi ventana, pero no la volví a ver, Doña Tulia pegó
avisos en los postes, preguntó, y hasta recompensa ofreció para recibir
cualquier información de su gato Iris.
Al pasar los días, doña Tulia, más vieja, más fea. Empezó adquirir un aspecto lívido, lechoso.
Me imaginaba a Iris
paseando por todos los tejados de la ciudad, Confieso que no me importaba la
desdicha de doña Tulia, por el contrario, disfrutaba imaginando ser un gato,
para recorrer el mundo como lo estaba haciendo Iris.
Doña Tulia, no volvió a
cocinar y un día hablando con mi madre, le propuso que le hiciera el
almuerzo, mi madre amablemente accedió sin ningún interés.
Yo era el encargado de
llevar todos los días a las doce en punto el almuerzo de doña Tulia. Los
primeros días Doña Tulia, no me dejaba pasar más allá de su puerta, Apenas
volteaba, yo escudriñaba muy curioso cada rincón de su casa, o por
lo menos, lo que alcanzaba a ver, mientras ella vaciaba su comida y me devolvía
los recipientes.
Ya habían pasado casi dos
meses desde que Iris estaba paseando, y realmente la extrañaba, añoraba todos
los días verla en la mañana ronronear en mi ventana.
Al llevarle el almuerzo a
doña Tulia, empecé a notar un cambio repentino, ella estaba más amable de lo
habitual, y me brindaba helado todos los días, helado que hacía en sus ratos
libres.
Eso sí, aun no me dejaba pasar a su casa.
Sus gatos estaban algo
flacuchentos y pulgosos, además de no estar todos, me preguntaba ¿se
habrán ido a pasear los demás?
Tampoco bailaba con su
gato Tresillo los boleros, que desde mi casa se escuchaban todos los días; yo
pensaba en el fondo, que estaba muy anciana y no podía hacerse cargo de tantos
mininos, sentí pena y pensé de nuevo en Iris.
Un día lluvioso y con alarma de tormenta, mi madre me envío a su casa como todos los días a llevarle su almuerzo, al llegar doña Tulia contenta, feliz, me dijo: ¡hace mucho que no llovía, siempre hace falta un poco de agua!
Yo sonreí.
Al recibirme el almuerzo,
se dirigió a la cocina, donde escuché un grito y el estallido de los
recipientes, corrí inmediatamente a socorrerla y !vaya sorpresa!, su pierna
roja como un tomate e hinchada como un pavo, me causó conmoción, ella
llorando y gimiendo, casi inconsciente, quedó tendida.
Se me ocurrió ponerle
hielo en su pierna, mientras pedía auxilio.
Corrí directamente a la
nevera, observé en ese milésimo de segundo, el espacio, cada rincón, cada reloj
y sus cuadros curiosos.
Pensé, ¡ojalá halle
hielo!. Abrí la nevera, ¡y qué podrido estaba todo!
Los tomates con un moho de
cuatro pisos, las papas negras como la noche misma, las habichuelas flacas
como mi prima Mariana, y las cebollas, descebolladas.
Quise abrir el congelador pero no alcanzaba, agarré una butaca y me paré encima para alcanzar la manija, atascada, como atrancada, halaba y halaba, pero no abría. Hice tanta fuerza que caí, y encima de mí un par de carnes congeladas.
Al reponerme del topetazo,
me levanté para agarrarlos y meterlos de nuevo en el congelador,al
sujetarlos cayendo del susto vi que eran gatos, atónito, aterrado y
estupefacto, quedé perplejo al darme cuenta que era Iris, y otro de sus siete
gatos. Lloré y lloré porque no estaban de paseo, si no congelados.
Doña Tulia muy parada en
su pierna chueca, me tocó el hombro, y dijo, que lo de Iris había sido un
accidente, enterándose al mes que estaba era en su nevera, y no perdido como lo
imaginaba.
Pero que el otro gato
había sido a propósito su congelada. Abrí mis ojos sorprendido ante dicha
confesión, imaginándome, que el próximo congelado iba a ser yo. Lloré sin
emitir sonido alguno y empecé a recordar el comportamiento extraño de doña
Tulia.
Gritando, sentí un golpe
repentino en la cabeza, al abrir los ojos observé que caía de la cama,
simultáneamente también caía un chorro de orín, sentí un alivio, me levante
aterrado al darme cuenta que había sido una pesadilla.
Mi madre preocupada me
miraba y diciendo, ¡tesoro, ya pasó! Te caíste desmayado al intentar coger unos
hielos para socorrer a Doña Tulia, ella te trajo cojeando, diciendo que eras un
niño muy noble y que todo el mes estabas invitado a comer helado, ¡de tu
preferido!, dijo.
Yo vomité y tendido en la cama por un mes desplomado, dándome cuenta que me estaba comiendo a Iris en helado.
Doña Tulia adquirió tres gatos bebés esta semana, yo procuro no verla a la cara, sus ojos alumbran en la ventana por la noche, con la luz de Luna.
Iris pasa en mis sueños
fugazmente, y la recuerdo ronroneando y revolcándose en mi ventana.
Tan chevere :) te felicito negra, le estas pegando en forma.
ResponderEliminarun abrazo
Gracias Muah!! ;)
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