Os
ofrezco, mi querido cura, para siempre, el amor que os tengo con mi hijo, el espíritu el
santo. Os ofrezco, adorables sonrisas, y una inquietante caricia que sé que a
usted le perturba, y hace que tenga esas
cortas y encantadoras eyaculaciones; el amor, las complacencias, la felicidad y
todas las delicias de que gozáis y gozaréis eternamente en la contemplación de
vuestras infinitas imperfecciones.
¡Divino!, ¡maldito!, rogad a tu cordura,
como lo hicisteis la víspera de vuestra pasión, que me una a vos, como vos le
estáis unido al cielo y al infierno, donde espero que con un acto sublime, juntes un día, la unión de mi corazón
con el vuestro por toda una eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario