No hay rastros de nuestros besos ausentes, ni las caricias
que en mi mente golpean; Los días pasan, sé que aun cuando no te veo, muere
algo, se marchita lentamente aquella flor camelia.
Un verosímil recuerdo me arrastra
con inmediatez a esos, tus ojos negros.
Caliéntame las manos que son un iceberg, resguárdalas en tu indecencia.
Caliéntame las manos que son un iceberg, resguárdalas en tu indecencia.
Mi lunático y ebrio cura, ¿cuándo
fue la última vez que rezaste?
¿Acaso fue en la víspera de
nuestro encuentro?
Tus gemidos; ese clamor invoca un Ave llamado María, y que decir de las letanías en latín que no entiendo.
¿Ese es acaso vuestro rezo?
Susurras en mi pecho besos de mercurio, derramas de tu cáliz densos goterones, que mi cueva diminuta acoge plácidamente, haciendo estallar eso adentro, que no sé cómo dibujar.
Tus gemidos; ese clamor invoca un Ave llamado María, y que decir de las letanías en latín que no entiendo.
¿Ese es acaso vuestro rezo?
Susurras en mi pecho besos de mercurio, derramas de tu cáliz densos goterones, que mi cueva diminuta acoge plácidamente, haciendo estallar eso adentro, que no sé cómo dibujar.
Camino guiándome de aquel llamado, hermosas calles oscuras de
tristes días soleados.
Nos reuniremos en nuestro aposento, un santuario inexistente, que algún día bautizaremos, con ángeles y demonios de testigos.
Aunque sé que con los dos bastará.
Tuya Sor.
Nos reuniremos en nuestro aposento, un santuario inexistente, que algún día bautizaremos, con ángeles y demonios de testigos.
Aunque sé que con los dos bastará.
Tuya Sor.
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