martes, 26 de noviembre de 2013

Madrugada 4.30.



No hay  rastros de nuestros besos ausentes, ni las caricias que en mi mente golpean; Los días pasan, sé que aun cuando no te veo, muere algo, se marchita lentamente aquella flor camelia.

Un verosímil recuerdo me arrastra con inmediatez a esos, tus ojos negros.
Caliéntame las manos que son un iceberg, resguárdalas en tu indecencia.
Mi lunático y ebrio cura, ¿cuándo fue la última vez que rezaste?
¿Acaso fue en la víspera de nuestro encuentro?
Tus gemidos; ese clamor invoca un Ave llamado María, y que decir de las letanías en latín que no entiendo.
¿Ese es acaso vuestro rezo?

Susurras en mi pecho besos de mercurio, derramas de tu cáliz densos  goterones, que mi cueva diminuta acoge plácidamente,  haciendo estallar eso adentro, que no sé cómo dibujar.

Camino guiándome  de aquel llamado, hermosas calles oscuras de tristes días soleados.
Nos reuniremos en nuestro aposento, un santuario inexistente, que algún día bautizaremos, con ángeles y demonios de testigos.
Aunque sé que con los dos bastará.

Tuya Sor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario