¡Oh!, ven y disuelve esos
espectros que nos separan, que la muerte sea la encargada de envolvernos con su
manto cálido, aleatorio.
Vivamos esos veinte años que el futuro nos traerá, en un hoy perpetuo.
Vivamos esos veinte años que el futuro nos traerá, en un hoy perpetuo.
Cabalguemos con la marcha
fúnebre de Chopin y con nuestros delirios, azotemos la plaga maldita que tiene
esa carga de valores en desuso, reinventemos el ceñir de nuestros cuerpos, de nuestras mentes
entrelazadas.
Que la crisálida de nuestro amor prematuro no desfallezca; hoy los restos de mi fiebre se asoman como cascadas, cataratas de sangre que purifican mi seno.
Las calles de mi Cali infectada, desborda angustiosas noches de muchedumbre incompleta. Y vino a mi mente el recuerdo de aquella niña sentada preguntándose de su miserable existencia, murmuró cansada despreciando ese “todopoderoso” que su padre amaba absurdamente.
Se despojó y navegó
en ese espacio negro que la chupaba como un vil helminto.
Que la crisálida de nuestro amor prematuro no desfallezca; hoy los restos de mi fiebre se asoman como cascadas, cataratas de sangre que purifican mi seno.
Las calles de mi Cali infectada, desborda angustiosas noches de muchedumbre incompleta. Y vino a mi mente el recuerdo de aquella niña sentada preguntándose de su miserable existencia, murmuró cansada despreciando ese “todopoderoso” que su padre amaba absurdamente.
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