viernes, 29 de noviembre de 2013

Curiosidades.

Las palpitaciones son excusas, ondas que alteran ese comportamiento embriagado, ven visíteme una vez más, deseo el contacto de tu piel y mi piel, un beso cósmico, impuro, obsceno.
Una lamida, una mordida, una lengüeteada.

Y no te afanes en burlarte de mí cuando  comentas tus planes de cambios engañosos.

¿Cuál es tu color favorito?

¿Cuándo iremos juntos al mar?

¿Nos emborracharemos los dos?

¿Por qué me amas? ¿A quién amas? ¿Me amas?

¿Por qué no tomas café nunca?

¿Hace cuánto no haces el amor?

Encontrémonos al voltear la esquina.









martes, 26 de noviembre de 2013

Madrugada 4.30.



No hay  rastros de nuestros besos ausentes, ni las caricias que en mi mente golpean; Los días pasan, sé que aun cuando no te veo, muere algo, se marchita lentamente aquella flor camelia.

Un verosímil recuerdo me arrastra con inmediatez a esos, tus ojos negros.
Caliéntame las manos que son un iceberg, resguárdalas en tu indecencia.
Mi lunático y ebrio cura, ¿cuándo fue la última vez que rezaste?
¿Acaso fue en la víspera de nuestro encuentro?
Tus gemidos; ese clamor invoca un Ave llamado María, y que decir de las letanías en latín que no entiendo.
¿Ese es acaso vuestro rezo?

Susurras en mi pecho besos de mercurio, derramas de tu cáliz densos  goterones, que mi cueva diminuta acoge plácidamente,  haciendo estallar eso adentro, que no sé cómo dibujar.

Camino guiándome  de aquel llamado, hermosas calles oscuras de tristes días soleados.
Nos reuniremos en nuestro aposento, un santuario inexistente, que algún día bautizaremos, con ángeles y demonios de testigos.
Aunque sé que con los dos bastará.

Tuya Sor.

Sonatina Nocturna.

¡Oh!, ven y disuelve esos espectros que nos separan, que la muerte sea la encargada de envolvernos con su manto cálido, aleatorio.
Vivamos esos veinte años que el futuro nos traerá, en un hoy perpetuo.
Cabalguemos con la marcha fúnebre de Chopin y con nuestros delirios, azotemos la plaga maldita que tiene esa carga de valores en desuso, reinventemos el ceñir  de nuestros cuerpos, de nuestras mentes entrelazadas.
Que la crisálida de nuestro amor prematuro no desfallezca; hoy los restos de mi fiebre se asoman como cascadas, cataratas de sangre que purifican mi seno.
Las calles de mi Cali infectada, desborda angustiosas noches de muchedumbre incompleta. Y vino a mi mente el recuerdo de aquella niña sentada preguntándose de su miserable existencia, murmuró cansada despreciando ese “todopoderoso” que su padre amaba absurdamente.
Se despojó y navegó en ese espacio negro que la chupaba como un vil helminto.